sábado, 4 de octubre de 2014

EL NOMBRE DEL ESTADIO (OPINION - ESCRIBE: TURE)


Siempre que se trata el tema del nombre del estadio de Almagro no tengo dudas. No debe llamarse Tres de Febrero. De ninguna manera y no me resulta difícil explicar los motivos. Sí en cambio, para mí, debe llevar un nombre y un apellido que estuvo siempre en boca de todos los hinchas más de una vez, en el cantos de las tribunas y en el temor de nuestros rivales.    
Es el nombre y el apellido de un filósofo argentino (aunque había nacido en Italia, vino a vivir a la Argentina teniendo tres años), un médico genial, psiquiatra extraordinario, investigador forense y autor de varios libros centrales en la historia del pensamiento nacional como El hombre mediocre, Las fuerzas morales, La simulación en la lucha por la vida, el maravilloso ensayo sobre el amor llamado, precisamente, Tratado sobre el amor, entre otras sorprendentes obras, como su famoso artículo El elogio de la risa que aún hoy se estudia en las universidades de Latinoamérica. 
Ningún club tiene tan a mano semejante nombre, semejante apellido.       

Se trata del nombre del sociólogo y escritor que fundó junto a Leopoldo Lugones la mítica revista La Montaña, una publicación absolutamente revolucionaria para el singular año 1900; este hombre tenía veintitrés años en ese momento; falleció en 1925 cuando tenía 48.    
Un hombre que era, según David Viñas,
sagaz, insolente e innovador”
y que coleccionaba “reptiles burgueses con la minuciosa velocidad de un entomólogo impaciente: obispos y jueces, almirantes retirados o en alta mar, damas filantrópicas, obesas, bolsistas jadeantes y ministros”…Un hombre que se ensañaba “con los rentistas y potentados” al tiempo que defendía “a las putas de Junín y Lavalle”, denunciando a los empresarios, traficantes, policías y demás cómplices.       
Este personajón fue tildado de socialista y por tal motivo cuando cierto pequeño barrio de la provincia de Buenos Aires recibió su nombre, pasó a ser el barrio olvidado de su partido; el barrio pobre y negado por su intendencia, el barrio desatendido con desprecio por su municipio, marginado por sus funcionarios zonales. Nací en ese barrio, sé de lo que hablo. Fue el último barrio de su partido en tener asfalto, el último en recibir alumbrado público, el sufrido caserío al que las cloacas, el gas natural, y las prestaciones en educación (escuelas) y salud (salitas de primeros auxilios) llegaron tarde y mal por llamarse de ese modo.  
Para muchos pensamientos conservadores, ese nombre y ese apellido han sido una marca sarnosa, una cicatriz vergonzante, una mala palabra; dos malas palabras. Insisto: sé de lo que hablo, pasé mi infancia allí, mi abuelo fundó su Sociedad de Fomento. Ese hombre con ese nombre y ese apellido tuvo una de sus casas a metros del actual estadio en diagonal.       

Por eso, insisto, el estadio debe, para mí, llevar el nombre y apellido de un hombre que ha estado en boca de todos los hinchas más de una vez, en los cantos de tribuna y en el temor de nuestros rivales.      
Se trata de un nombre y un apellido que tenemos a mano y que nunca usamos, salvo para cantar e identificarnos.
No es un tema menor la identidad. No estoy de acuerdo en que se trate de un tema menor. Saber de dónde venimos nos ayudará a saber hacia dónde tenemos que ir.  
Si el fútbol nuestro de cada día no anda bien será, entre otros motivos, porque no sabemos de dónde venimos, qué somos, de qué color es nuestra camiseta, qué historia tuvimos.
Nuestra historia es nuestra bandera. Nuestro futuro depende de que enarbolemos esa bandera con alegría y orgullo. Conociéndola en detalle.
Repito: pocos clubes tienen a mano un nombre y un apellido así.  Por eso digo y diré hasta el cansancio que el nombre del estadio debe ser uno y solo uno: José Ingenieros. Estadio José Ingenieros.