El futbol argentino tiene santos
que aún no fueron canonizados.
Personas que habitan los clubes con
virtud heroica y fama de santidad.
El texto que aquí comienza tiene
como objetivo dejar sentado que el Club Almagro tiene un candidato para
postular.
Tómese las siguientes líneas como
un humilde primer paso ante semejante desafío.
Aquí entonces la historia Santa
entre una persona y un club.
Francisco Romano, para todos
Romanito y su vida entregada al Club Almagro
EL DESPERTAR DEL TEMPLO
Romanito tenía apenas unos cuantos años cuando las primeras paladas de tierra removida empezaron a cambiar
el paisaje del barrio José
Ingenieros. Cada vez que pasaba por allí veía como un ejército de hombres con
herramientas y carretillas iban y
venían, como si estuvieran dándole forma a un misterio que solo ellos conocían.
Al principio sospechó que se
trataba de una fábrica, un nuevo mercado, o quien sabe qué construcción sin
alma.
Pero con el paso de los días, algo
en el aire comenzaba a transformarse. No eran ladrillos y cemento, no eran solo
tablones amontonados. Había un
murmullo nuevo en el barrio, un cosquilleo en el viento que parecía traer voces
aún no pronunciadas, cantos no
entonados y parches de bombos listos para ser golpeados.
Una tarde, curioso, se acercó al
alambrado improvisado que rodeaba la obra. Vio como delineaban un rectángulo
perfecto en la tierra, como si
fuera un portal a otro mundo. Y entonces, un viejo del barrio, con la mirada
llena de
orgullo, le dijo casi en un
susurro:
Acá van a hacer una cancha pibe, la
cancha de Almagro.
Romanito sintió que algo dentro
suyo despertaba. No entendía del todo que significaba, pero en su pecho, donde
el corazón latía más fuerte que
nunca, supo que ese lugar ya le pertenecía, O quizás, que él ya pertenecía a
ese
lugar.
A partir de ese día, su vida y la
del estadio crecerían juntas, Porque hay amores que nacen con los años, pero
otros
que están escritos antes de que
podamos entenderlos.
PEREGRINACION A SANTA FE
El esperado fin de semana había
llegado. Romanito, con ansiedad y determinación, emprendió su primer viaje
siguiendo a Almagro al interior.
Medio día viajando por 90 minutos de fútbol. Sería la primera de muchas, pero
la
más inolvidable.
El 27 de septiembre de 1958, junto
a un amigo, partió desde la estación José Ingenieros. Juntaron su escaso
dinero en un pozo común, al que
Romanito le sumó dos sándwiches de milanesa envueltos en papel madera, la
vianda perfecta para la travesía.
Eligieron el tren común, el más barato, que tardaba más de 10 horas en llegar a
Santa Fe.
El viaje fue una mezcla de sueño,
charlas y el ruido metálico del tren. Durante la madrugada, un vendedor
ambulante subió en una de las
tantas paradas fantasmales y compraron una bolsita de maní para engañar el
hambre.
Ya en Santa Fe, caminaron 30 cuadras
hasta la cancha de Colón. El partido comenzaba a las 15:30, pero ellos
llegaron temprano, devoraron los
sándwiches bajo la sombra de un árbol y se dirigieron a la boletería. Ahí llegó
el
primer problema: la popular costaba
$10, más de lo que esperaban. Se miraron, contaron su dinero y, sin dudar,
compraron las entradas, aunque eso
significara quedarse sin plata para volver.
Entraron al estadio, treparon a la
tribuna y se ubicaron en la última fila. Un parrillero encendía el fuego para
los
choris, los miraba con curiosidad:
eran los primeros en pisar la cancha. Eran de Almagro.
UN PARTIDO CON INDICIOS DE MILAGRO
Colón no venía bien, pero de local era fuerte. Sin embargo, ese día todo puso todo para ganarle a Almagro. Sin
embargo, a los 5 minutos, Scarabelli
marcó el 1-0, su primer gol con la tricolor. Diez minutos después, Casado, el
delantero de bigote finito, aumentó
la ventaja. Romanito y su amigo se abrazaron con fervor. El descuento de
Colón no fue suficiente, la
victoria era de Almagro.
Al bajar de la tribuna, la alegría
chocó con la realidad: no tenían dinero para volver. Los 600 Km. hasta casa se
sentían imposibles. Pensaron en
pedir ayuda, pero ¿A quién?
Romanito vio el micro del plantel y
tomó una decisión atrevida. Se acercó a dos dirigentes que conversaban
felices por el triunfo. Eran Juan
Anselmo Tomaro y Armando Zumpano. Tomaro, más simpático, tuvo que irse
justo cuando Romanito juntaba
coraje, dejándolo solo frente al serio Zumpano.
Con timidez, le explicó su
situación: el entusiasmo del viaje, el error en los cálculos, la emoción del
partido y la
falta de dinero para regresar.
Zumpano lo escuchó en silencio, lo miró fijamente y le dijo: "Espérenme
acá".
El estadio se vació. La ansiedad
crecía. ¿Lo ayudaría realmente? La única certeza era el micro esperando. La
duda
lo atormentaba: “¿Por qué no me
dio, aunque sea 10 pesos?”
De pronto, la puerta del vestuario
se abrió. Salieron los jugadores, el DT, el utilero... Y finalmente, Zumpano.
Se
detuvo frente a Romanito y le
preguntó su nombre.
—Francisco Romano, pero me dicen
Romanito.
—Y decime, Romanito, ¿te gustaría
volver con nosotros en el micro?
Todo brilló. Subió con el plantel y
emprendió el viaje de regreso. Desde entonces, él y Almagro nunca más se
separarían.
En murmullos furtivos, todos
sentían lo mismo, aunque nadie se atrevía a expresarlo. Sin una explicación
científica, coincidían en que una
'energía especial' emanaba del chico que regresaba con los jugadores, como un
susurro que los guiaba hacia la
victoria.
CONSAGRACION EN EL VESTUARIO
Romanito trabajó barrendero de la
municipalidad de Buenos Aires y fue empleado de la fábrica de bizcochos
Canale, pero también vendió sandias
y pollos con un carro.
En todos los lugares donde pasaba
dejaba su marca distintiva: la de un tipo tan bueno que contagiaba bondad y
con una simpatía constante
contagiando sonrisas con su andar.
También fue murguero, fundador de
"Los elegantes de José Ingenieros".
Toda esa mezcla de saberes un día
se concentraron en el vestuario de Almagro.
La cosa fue así, al tiempo del
regreso desde Santa Fe junto a los jugadores y directivos, Romanito recibió una
propuesta inesperada.
Don Zumpano, que lo había
"salvado y premiado” aquella tarde, se enteró que tenía una camioneta y le
preguntó
si estaba dispuesto a trasladar a
las canchas visitantes todos los elementos de utilería del primer equipo.
No lo dudó, dijo que sí y ni
siquiera aceptó le pagaran la nafta, por el trabajo.
Esa actividad le permitió ser parte
del vestuario y aprender el oficio de utilero junto al legendario Humberto
Arce,
convirtiéndose en su ayudante.
Su vida desde entonces fue siempre
junto a los planteles, festejando los ascensos a Primera y levantando el ánimo
en las derrotas.
Cuando en 2014 las cosas se
pusieron feas y Almagro acumuló 28 partidos sin triunfos inventó otro de sus
trucos,
se puso a bailar murga en el
vestuario, la mufa se terminó y el tricolor volvió a ganar. A partir de ese día
bailó para
los jugadores todos los fines de
semana.
UN SANTO TRICOLOR
Hace poco empezó a alentar desde el
cielo y nos dejó a todos un poco solos.
Romanito fue, básicamente, bueno.
Dedicó su vida a repartir bondad en
las tribunas de Almagro.
Era un tipo redondo.
Petiso y de cuerpo ancho, no gordo:
ancho.
Y digo redondo porque su cara era
redonda, con cachetes redondos y dos ojos finitos que se escondían detrás de
uno lentes con grandes cristales
ahumados, también redondos.
No se le conocieron enemigos.
Queda el recuerdo la eterna
discusión con Ángel “La Biblia” Forestiero, el sabio de Almagro, en torno a la
ubicación del Estadio Tres de
Febrero: Romanito decía José Ingenieros; Ángel, Villa Raffo. Era un espectáculo
oírlos fundamentar y terminar el
debate entre risas y abrazos sellando su mutuo reconocimiento. Hoy deben
seguir haciendo de las suyas en
otra dimensión.
El Santo necesita al menos dos
milagros para serlo. Ambos deben ser examinados y probados consiguiendo ser
beato tras el primero y finalmente
Santo con el segundo.
A Romanito le sobran milagros.
Romanito es el Santo de Almagro.
Cuento escrito por Juan Pablo Zumpano, representando al Club Almagro, incluido en el Libro "Futbol, cultura y pasión" publicado por la Secretaria de Cultura de la Asociación de Futbol Argentino (AFA).